La tiroides es una glándula situada justo debajo
de la nuez de Adán y está formada por dos lóbulos en forma de mariposa a ambos
lados de la tráquea. En los adultos pesa sólo entre 15 y 30 gramos pero tiene
una misión esencial en el control del metabolismo en los animales superiores
porque regula la sensibilidad del organismo a otras hormonas.
La glándula tiroides fabrica las hormonas
tiroxina y triyodotironina, que contienen yodo, un oligoelemento requerido (en
pequeñísimas cantidades) para la mayoría de los organismos vivientes. La
tiroxina tiene dos importantes misiones. Por un lado actuando sobre la
transcripción genética controla la producción de energía del organismo para
mantener la tasa metabólica basal a un nivel normal. Y por otro, durante los
años de crecimiento la tiroxina hace que los tejidos se desarrollen en las
formas y proporciones adecuadas.
A veces (en un 4% de la población) algunas
células del tiroides no responden bien al control de la hipófisis y crecen a un
ritmo distinto de las células tiroideas normales formando nódulos. Este problema
es más frecuente en las mujeres que en los hombres y se diagnostica a partir de
los 35 ó 40 años, ya que esas células atípicas tienen un crecimiento muy lento.
Es una enfermedad benigna y es auténticamente excepcional el que pueda degenerar
en un Cáncer de Tiroides. Pero muchos especialistas prefieren no arriesgar al
paciente a que esta degeneración llegara a producirse y cuando se encuentran
muchos nódulos que crecen aconsejan la extirpación del tiroides. La cirugía es
delicada porque hay que manipular una zona por donde pasa todo el cableado del
cuerpo y hay que realizarla con anestesia general, pero tiene actualmente muy
buen pronóstico y (aparte del estético) tiene como único inconveniente que hay
que tomar una cápsula diaria que aporte la tiroxina durante el resto de la vida.
Pero esta cirugía no siempre ha sido fácil. A finales del siglo XIX, la extirpación del tiroides era un procedimiento peligroso con tasas de mortalidad extremadamente altas (alrededor del 90%). Esto fue así hasta que el cirujano Emil Theodor Kocher (1841-1917) publicó sus trabajos sobre la fisiología, patología y cirugía de la glándula tiroides por los que recibió el Premio Nobel de Medicina de 1909. Con el importe del premio ayudó a fundar el Instituto Kocher en Berna, escuela de cirugía en la que se formaron grandes cirujanos que mejoraron la técnica de extirpación del tiroides hasta dejar la tasa de mortalidad en un 2 o 3%. Un avance extraordinario pero no evitaba que esa cirugía siguiera considerándose peligrosa.
Independientemente de esto, en 1852 al veterinario londinense, Richard Owen (1804-1892), se le ocurrió disecar un rinoceronte indio que había muerto en el zoológico. Durante el vaciado de los órganos del animal encontró que al lado del tiroides había unas cuantas glándulas, relativamente pequeñas, que eran totalmente desconocidas para la ciencia veterinaria de la época en cualquier tipo de animal. Afortunadamente publicó su hallazgo y 11 años mas tarde Virchow encontró el mismo tipo de glándulas en el hombre. Poco después fueron extensamente analizadas por el estudiante sueco de medicina Ivar Sandström (1852-1889) de Upsala, quien señaló la existencia de dos glándulas a cada lado del cuello cerca del tiroides. Tenían forma y tamaño de lentejas, pesaban unos 30 miligramos y las llamó glándulas paratiroides.
Pero esta cirugía no siempre ha sido fácil. A finales del siglo XIX, la extirpación del tiroides era un procedimiento peligroso con tasas de mortalidad extremadamente altas (alrededor del 90%). Esto fue así hasta que el cirujano Emil Theodor Kocher (1841-1917) publicó sus trabajos sobre la fisiología, patología y cirugía de la glándula tiroides por los que recibió el Premio Nobel de Medicina de 1909. Con el importe del premio ayudó a fundar el Instituto Kocher en Berna, escuela de cirugía en la que se formaron grandes cirujanos que mejoraron la técnica de extirpación del tiroides hasta dejar la tasa de mortalidad en un 2 o 3%. Un avance extraordinario pero no evitaba que esa cirugía siguiera considerándose peligrosa.
Independientemente de esto, en 1852 al veterinario londinense, Richard Owen (1804-1892), se le ocurrió disecar un rinoceronte indio que había muerto en el zoológico. Durante el vaciado de los órganos del animal encontró que al lado del tiroides había unas cuantas glándulas, relativamente pequeñas, que eran totalmente desconocidas para la ciencia veterinaria de la época en cualquier tipo de animal. Afortunadamente publicó su hallazgo y 11 años mas tarde Virchow encontró el mismo tipo de glándulas en el hombre. Poco después fueron extensamente analizadas por el estudiante sueco de medicina Ivar Sandström (1852-1889) de Upsala, quien señaló la existencia de dos glándulas a cada lado del cuello cerca del tiroides. Tenían forma y tamaño de lentejas, pesaban unos 30 miligramos y las llamó glándulas paratiroides.
Se identificó la hormona que producían, que como
no podía ser de otra forma se llamó hormona paratiroidea, y se averiguó que
dicha hormona participa en el control de la homeostasis del calcio y fósforo,
así como en la fisiología del hueso.
A partir de ahí en la cirugía de tiroides se
cuida muy mucho la conservación de la mayoría de las glándulas paratiroideas. Si
alguna de estas glándulas va fuertemente adherida al tiroides no hay problemas
en separarla y volverla a colocar en el cuerpo, en el cuello o si fuera
necesario en cualquier otro lugar ya que el organismo se encarga de regenerar el
tejido vascular necesario para irrigar la glándula de forma que vuelva a
funcionar en su nuevo emplazamiento.
Una vez reconocida la importancia de las
glándulas paratiroides, en la cirugía se extreman las precauciones para
conservar el mayor número de ellas y con ello la tasa de mortalidad ha bajado lo
suficiente como para que hoy la extirpación del tiroides se pueda considerar
como una intervención de muy bajo riesgo.
Mis agradecimientos al cirujano Dr. Ramón Martín
Gómez que con su magistral explicación de esta mañana me ha dado los
conocimientos básicos para redactar este artículo.
Juan Rojas